Claudio
Boglio Quezada, transformista
Pelucas, tacones y acción
De lunes a jueves lleva una vida bastante
reposada; no estudia ni trabaja, su única preocupación es nada menos que descansar. Claudio
Boglio, joven comunicador audiovisual de 24 años, eso sí, está medio frustrado. No se siente conforme con la
carrera que eligió y por una sencilla razón: está lejos de ser su pasión. Por eso es que de viernes a sábado se transforma. No se convierte en un súper héroe que lucha
contra la verdad y las injusticias; no, sino en un insólito personaje: la escultural Samantha Price.
De buenas a primeras, Claudio parece un verdadero hombre: tiene el pelo bien corto, las uñas sin color y por nigún lado se le asoma algún arete en sus orejas.
Su físico no lo delata, al menos. Sin embargo, una vez que entra en confianza, el toque femenino fluye sin recelo. Sus gestos son delicados y muy expresivos, además se ríe tan
fuerte que llama la atención de cualquiera. Le gusta que lo llamen Claudio, porque, dice, es un hombre al que, cómo no, le gustan los hombres. “Nunca perderé la
esencia masculina porque así nací”, expresa alzando la voz, pero se frena y sonríe: “no me gusta hablar tan fuerte, es demasiado raro en mí, sorry”.
Este muchacho cuenta que ser transformista implica trabajar un personaje.
Dedicarle varias horas de preparación estética, pero al mismo tiempo, implica
no ser el personaje mismo: “para mí, esta señorita está los viernes y sábado nomás”, comenta pese a que Samantha Price es todo un éxito en “Viceversa”, la
discoteque donde trabaja. Pero Claudio precisa que si quisiera dedicarle tiempo completo a la chiquilla perdería la condición de transformista pasando a ser un travesti. Algo que rechaza de plano: "no quiero estar todo el día vestido de mujer, menos dedicarme a la
prostitución”, comenta pisando la colilla del tercer pitillo consumado.
A
diario, este joven comunicador, se echa encima entre 15 a 20 cigarrillos. No es raro que cada cierto rato meta la mano en la cartera de su
chaqueta oscura, saque uno y lo encienda en dos segundos. Confiesa que es uno de sus grandes vicios, de esos que requeriría bastante esfuerzo dejar atrás, aunque se detiene, piensa un poco y rápidamente repara: "no, miento. Estar sobre el escenario; ese es mi gran vicio". Para Claudio es como se tratara de otra dimensión, dice que, incluso, presentar su show es algo así como experimentar un verdadero éxtasis de emoción. Es que Boglio se cree el cuento, tal personaje de Hollywood: “¡me encanta,
me encanta, me encanta! Amo estar en una tarima, sobre todo, sentir el aplauso
del público. Si hasta tengo seguidores, ¡es lo máximo!”
De homosexual a transformista
Su historia comenzó a los 14 años, precisamente cuando
Claudio sintió atracción por un compañero de curso. Lo miraba más de lo común y
, dice, su corazón se agitaba cada vez que él susodicho aparecía por su lado. No obstante no fue hasta los
16 años que se atrevió a confesarlo. “Lo pensé harto y decidí decirle a mi
familia que era gay, porque no quería que fuera un tema tabú. Mi papá no me
habla desde ahí, pero no me hace mal… Nunca he tenido una buena relación con
él”, explica con ese constante seseo que lo caracteriza.
Una vez que exteriorizó su condición, Claudio quiso conocer codearse con homosexuales. En un par de años, a los 16, ya tenía su primera experiencia amorosa. Eso sí, prefiere ni recordarla: “es mejor
olvidar lo que hizo mal”, asegura en seco con un tono de resignación. En ese “explorar
un mundo desconocido”, como le llamó, asistió a fiestas gay. Una discoteque que
le llamó la atención fue “Espartaco”, razón por la que cada fin de semana se
arrancaba para danzar sobre las pistas. Claudio se emociona al recuerdar su candidez en aquella época: “al
principio no cachaba nada, lo único
que quería era moverme toda la noche. Cuando me sacaban a bailar no quería,
porque me daba miedo. Era muy tímido… si hasta menor de edad, poh”.
En una de esas tantas salidas nocturnas, así como le sucede a las grandes estrellas del espectáculo, el dueño de la discoteque puso sus fichas en Claudio. Completamente en silencio, lo observó unas semanas hasta
que, sin rodeos, se le acercó con una propuesta entre las manos. “Me dijo si quería bailar
acompañando el show de los transformistas. Para mí fue orgullo, porque yo bailo
por pura afición”. Desde ese momento, Claudio comenzó a conocer ese mundo que
tanto le atraía; descubrió lo bueno y lo malo de la noche.
El dueño de “Espartaco” era pareja
de Rachel, un transformista de renombre en el rubro que además, era la gran
anfitriona del local. “Ella estaba obsesionada conmigo. Quería que participara
solo con ella, se ponía celosa cuando bailaba con otras. Empezó a pasarse rollos”, rememoró. Sin embargo, a
Claudio no parecía importarle mucho Rachel, menos, con la llegada de un nueva
transformista: Angie. “Comenzamos una relación a escondidas, me enamoré de
Mario (su nombre verdadero). Estuve un año y medio con él, fue algo lindo”. Y lo que se veía venir, ocurrió. La situación enfadó tanto a la caprichosa Rachel que terminó por hacerle la vida
imposible; Claudio y Mario, su pareja transformista, fueron despedidos por el dueño del local. “Fue penca la situación, quería matar a esa tal
Rachel, porque echaba abajo mi sueño de alguna vez ser transformista” , rememora aún con indignación.
Pero la incipiente carrera de
Claudio como bailarín había sido visto por otros ojos, por eso no pasó ni una
semana cuando lo llamaron de “Mundo”, otra discoteque gay. Estaba tan feliz con
la noticia que decidió ser algo más que acompañante de show transformista: dar el gran salto y ser una diva. Granito tras granito fue sumando; en 2006 se presentó al concurso de belleza organizado por
la discoteque y, por primera vez, se transformó. “Fue una experiencia única,
quedé igual a una mujer, hasta yo me sorprendí”, recordó con la emoción viva. Eran ocho
las candidatas disputando el cetro y fueron siete a las que Claudio venció. “Cuando
gané el concurso fue increíble. Te juro que hace tiempo no vivía una
experiencia tan buena. ¡Era la nueva Miss Mundo!”
La preparación de Samantha Price
Cada fin de semana debe preparar el
show, o sea un nuevo vestuario a la colección. Cuando Claudio era sólo una quinceañero su abuela laburaba en una fábrica de confección de ropa, en el centro de Concepción. Ella le
enseñó a coser y a tejer, lo que hoy agradece, pues para él es una
ventaja, debido a que abarata costos a la hora de hacer su atuendo para lucir sobre el escenario.
Claudio tarda dos horas para transformarse
en Samantha Price. Entre maquillaje y accesorios, el comunicador trabaja detalle por detalle su
cuerpo para convertirse en una mujer realmente espectacular. Debe tapar acuciosamente sus cejas por el volumen que tienen, además utiliza pestañas postizas, usa tacones con 10
centímetros de altura, se pega largas uñas de colores y su cábala; se dibuja un coqueto
lunar en el pómulo izquierdo. “Cuando no me
hago el lunar, siento que todo sale mal. Es impresionante el poder que tiene”,
dice asombrado.
Su cuerpo debe depilarlo por
completo, utilizar unas fajas muy apretadas para ajustar la silueta y, para
aparentar busto, compra rellenos de silicona. Lo que más le gusta son las
pelucas de pelo largo, ondulado y de color castaño, de esas bien
felinas. Eso sí, lo que más le complica es ocultar sus genitales: “Hay miles de
métodos, pero yo utilizo cintas y una que otra cosita”, dice y luego lanza una
carcajada.
Si la panty está rota, Claudio se desespera. Ningún detalle debe faltar,
porque cuida tanto a Samantha que la considera como una hija. “Soy lo más regalón
con ella, ¡ay es que me encanta su vanidad!” Y eso se nota en el escenario,
porque Samantha Price acapara miradas: “Lejos, es la más aplaudida de la noche,
creo que su éxito se debe a mi esfuerzo… Y a Dios”