martes, 30 de septiembre de 2014

¿Habrá algo más fácil que engordar?


    "Mmm, ¡qué refrescante!", digo para mis adentros, cuando termino de beber un sorbo de agüita. "Mmm, ¡qué hidratante!", ratifico terminada la segunda copa. "Mmm, ¡agua asquerosa!", pienso frunciendo el ceño, ya indignada en el tercer intento.

      Para qué voy a mentir. Para qué voy a hacer el loco e intentar pasar por chica fitness. A duras penas, tengo que admitirlo: sufro de metabolismo gordo. Sí, gordo de inflado, de kilos de más, de gracita retenida por aquí y por allá. Y sí, también, lo sufro, porque, obvio, qué daría porque se me fuera por otro lado (omitiré lugares específicos). Lo peor de todo es que hago el intento. Me esfuerzo por cerrar la boca y comer culposa, pero como si fuera una paranoica angustiadísima veo chocolates, brownies y cuánta cosa exquisitamente dulce por todos lados. Imagino que todos están saboreando el paraíso mismo, mientras yo, encerrada en mi metabolismo gordo, busco doblarle la vida al destino. Así como esas historias de superación que se las tacha de "ganó a la vida".

     Aunque parezca de frivolidad de revista socialité, el verano ya anda dando vueltas por aquí. Aterradores son esos días de sol intenso, cuando la temperatura casi llega a romper el termómetro de tanto grado sumado, pero no hay cosa más gratificante  que al otro día amanezca gris. Fuera amenazas, un paso al lado a las faldas cortas, jeans ajustados, poleritas entalladas y vestidos telita de cebolla. Bien bonitos son, pero pucha que cuesta respirar para que no se asome un rollito por la panza.  Eso sí, nada, pero nada que hacer. La temporada estival es inminente y mi metabolismo gordo sigue su curso. Afortunadas las chiquillas flaquitas por naturaleza, pesadilla para las más curvilíneas y con un estado físico dormido en los laureles. 

     Las opciones son mínimas. Comer y no comer, he ahí el dilema diario que se esfuma de un santiamén cuando veo un pastelito de chocolate en alguna vitrina tentadora. Y para no ser tan desalentadora, pecar de latera y poco optimisma, denme permiso que quiero mirar el vaso medio lleno. No sé bien cómo se hace, pero supongo que debo fijar la vista en el contorno, bien arriba y que no se me vaya a ir un ojo mirando la superficie. Claro, sí, porque lo bueno es que, por lo menos, ahora hay maniquíes más regordetas en las tiendas. Vestuario para las de metabolismo gordo que no queremos sufrir durante esta temporada, sino, al contrario, aprovechar los rayitos de luz para lucir el cuerpecito sacado de los años 40'.  Es que los cánones de moda y belleza cambiaron hace rato, pero no por eso, mi metabolismo gordo. 

    Ya, mejor voy por el cuarto intento. ¡Mmmm, qué insipida y estimulante agua!, me repito  para no retroceder en el camino hacia un metabolismo semi-gordo.
    





lunes, 15 de septiembre de 2014

Estimada línea recta: chao con Ud.

   
  "¿Será normal que la sinceridad aumente con los años?", me preguntaba hace unos días por ahí, en una muralla virtual que pocos ven. "Me pasa. Me asusta", le agregué, sin saber muy bien hacia qué punto quería llegar. No, menos: hacia qué dirección encumbraba mis espirales flotantes que, a veces (sólo a veces) salen desde algún lóbulo de mi cabeza. Es que cada vez estoy más sincera. Me detengo menos en lo que pienso, analizo menos mis pasos. Pero no se trata de actuar sin pensar; no, eso no. Sino más bien de equilibrar el peso de mis acciones, ponerlas rapidito en una balanza para que sólo en un vistazo las deseche o las comience. 


     Como caminar con unos kilos menos (algo que, realmente, agradecería mi poca esbelta figura), sacarse la abultada camiseta que cubre la piel (lamentablemente para quienes padecemos de constante frío, no sólo en invierno la llevamos) y entregarse a la liviandad (no sé porqué imaginé que aquí vendría la "pasión"). Claro, porque... sí.. no.  A ver, tengo que ser más sincera: estoy botando prejuicios. Sí, en pleno periodo de venta. Estoy saliéndome de esa gruesa, extensa y recta línea que marcaba el camino. Esa que me guiaba, con la sutileza que sólo una línea recta puede tener me decía y repetía si seguir o abandonar. Tan imperceptible, pero tan arraigada que hacía del destino, de las posibilidades y las casualidades, una cosa de esquemas y planes. De un ordenamiento bastante  arcaico y severo, que amenazaba e, incluso, llegaba a tomar represalías. Y sólo en mí. De mí para mí; que nacía y moría en esa misma línea. 


     Desprejuiciándome. Desaferrándome. Desenmarañándome. Es tiempo que la madeja deje de girar, que se corten los hilos aunque no sirvan de mucho. Es tiempo de actuar más que enredarse entre el 'yo' y el 'superyó' de Freud. Que el 'ello' salga de vez en cuando, que se de una vueltecita entre los espirales flotantes... pero no, por ahí no. Que mejor ni se meta por esos lados para disfrutar antes que lamentar. Mejor dicho: disfrutar y después lamentar. Total, todo se trata de mí. De mí y para mí.