domingo, 31 de mayo de 2009

Club de Lulú


Así, como la mayoría de los hombres se reunen de manera casi sagrada semana tras semana con sus amigos más cercanos, nosotras, por supuesto, no quedamos atrás, y también lo hacemos. Sí, formamos nuestro único y querido "Club de Lulú". Porque luego de una agotadora semana sin descanso, nada mejor que un panorama, y más aún, con tus compinches del mismo género.

Entre palabras y extensas conversaciones lo pasamos tan bien, obviamente, "analizando" cada uno de nuestros acontecimientos, vivencias, y anécdotas. A modo de paréntesis, ese "analizar" no vaya a pensar que es sinónimo de ese "pelar" que todos bien conocemos, no lo piense... ni se le pase por la cabeza. Sigo entonces, cada vez que nos reunimos liberamos todo aquello que llevamos guardado, expresamos lo que otras veces no nos atrevemos a decir, nos reimos incluso de nuestros propios asuntos, y podemos cambiar drásticamente de ánimo; un momento podemos sensibilizarnos tanto como para llorar, y al otro momento tanto como para llorar y explotar de risa.

Solidaridad femenina al máximo, comprensión sin limites, consejos por doquier, y unión femenina. Por eso, si usted se considera o cree pertencer a un "Club de Lulú, consérvelo y haga de él un tesoro... serán quienes estarán hasta siempre, por siempre, y para siempre. Créame.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Entre amor y odio


Si tal vez pudiera conocer, o más bien, comprender la mentalidad del hombre actual, de seguro no estaría escribiendo esto. Admito que me sorprenden, pero no precisamente en el mejor de todos los sentidos. Esta complejización, se traduce a la vez en una simplicidad, una simplicidad en su actuar que realmente conmueve.

N
o puedo lograr descifrar, ni menos entender, esa inclinación hacia lo fácil, esa alguna susceptibilidad, sus "agitadas hormonas", sus tan drásticos cambios en un abrir y cerrar de ojos, sus estúpidos intentos de parecer "diferentes a los demás", sus técnicas de "galanes", su frialdad al hablar, sus tajantes decisiones.


En términos rigurosos, se define al odio como un sentimiento de rechazo hacia algo o alguien. Si por lo tanto me molestan ciertas cosas del sexo opuesto, y siento repudio hacia otras tantas, puedo decir entonces, que también los odio. Sus actitudes, percepciones, formas, palabras, miradas, posiciones, gestos. Aunque... con esa misma intensidad que puedo odiarlos, así los puedo amar.

Si bien, el amor es un enigma, cada uno de nosotros sabemos cuando lo tenemos junto a nosotros, y lo sentimos. Es contradictoria la situación, pero ¿se puede odiar y al mismo tiempo amar? ¿Existe una mezcla entre tan fuertes sentimientos?

C
on esas mismas palabras que odio, con esas mismas palabras terminamos cayendo en una red que tanta lágrima y tiempo cuesta desatarnos de ella.


No sé como definirlos, no sé como explicarlos, ni menos como bloquear lo que quiero dar.

Al parecer, prefiero decir que son una palabra... por supuesto compuesta de cinco consonantes, y dos vocales.

domingo, 10 de mayo de 2009

¡Sin vergüenza!


Acaba de amanecer. El día parece despejado; los pájaros revolotean entre los arbustos, el sol alumbra la mañana, y hasta la leche sabe más dulce. Todo sentía tan agradable hasta que miré el reloj, y ví que el horario clavaba exactamente en el número nueve. Sí, ¡estaba atrasada, y aún en pijamas!
Corrí ansiosamente a la micro más cercana. Una vez que el conductor se da cuenta que soy una estudiante, cierra bruscamente la puerta presionando con fuerza el acelerador del móvil. Tras siguientes intentos fallidos, logro subir a una nueva micro.
Ahí dentro, decenas de miradas se entrecruzan entre tantos pasajeros, sin embargo, hay una que particularmente me molesta. Observo a mi alrededor, está todo casi desocupado, y yo sigo ahí, porque mi parada es casi a final de ruta. Esa insistente mirada, se clava más sobre mí. Intento esquivarla, pero es imposible. Me siento presa de aquel lugar; detesto esos ojos, esa expresión, y esa vergüenza alguna al mirar. Con dismulo-de reojo- distingo que es una persona mayor. Quizás de cuarenta años, cincuenta años, o quien sabe cuantos. Pienso incluso-hipóteticamente- que podría ser mi papá, y entonces más aún me encolerizo. ¿Por qué? ¿Por qué ese estúpido derecho a mirar de esa manera?
Ya sé, el hombre seguido siempre por sus deseos carnales, busca en el diario satisfacer sus necesidades... pero ¿precisamente somos como sexo femenino las responsables y culpables de ello? La mayoría se escuda en "mirar es gratis", una frase realmente ridícula e insuficiente.
Todas lo entenderán, porque en mayor o menor medida, ha todas les ha sucedido, y obviamente creo coincidimos en la desagradable sensación.
Esto, es un sólo un relato más de "andar en micro". Hay cosas peores, pero acá es mejor no decirlas... mejor, hablémoslo en privado.