sábado, 5 de mayo de 2012

Ocho días a la semana

  De lunes a lunes, ni los festivos pasa por alto. Cubierto por una piel de dura razón, obstinado y hasta intransigente. Cuento los días para encontrarlo, aunque él los segundos. Y es que nadie se le parece, ni siquiera  su propia sombra. Lejano del agitado ritmo que consume almas; es profuso su gesto, inmenso, tan así que oprime juicios...  Pero mis juicios. Cuando cunde la cordura la detiene. La echa a un lado y sin resquemor. Le conozco el silencio, es que me he pasado espiando su tiempo; todo lo sé y lo que no debería también. Le conozco la amargura, el sinsabor del caminito que no se ve.

  Diminutas, oscuras y suaves. Son dos. Delicadas, acogedoras y mías. Son sus manos. La pluma que desciende en un abrazo:  me atan, desatan, conducen y bailan. Pecado mío sería... Torturarme en un rincón, ideando un atajo, alguna palabra, alguna letra. Algo que me convenciera de asesinarlas por una pesadilla.

  El tiempo, los lugares: el lineamiento temporal del cosmos me dejó aquí. Será Dios, será la vida... Vaya a ser qué. No sé, desde el principio y hasta el fin. Perfección me suena a lejos, retumba en mi cabeza como eco, cada vez más despacito. Como la verdad, el bien y el ser, tampoco existe. No me quejo de ti, a veces de María Paz. Pero siempre llevo en mi palpitar, ese que se agita en invierno y en el sol se pierde.

  Lo conocí sentado, de pie conmigo a dos años. Todo tiene sentido, el universo, los infiernos y vientos. Las nubes, nuestras estrellas, los laberintos y atajos. Ha sido una hermosa conversación; entregas y yo me doy, entrego y por ti me voy. La superficialidad del mundo la encuentra extensa, para el escrúpulo de dos me parece amor. 

Extraño humanoide de piernas cortas y serio semblante... Tú.