viernes, 9 de abril de 2010

Piropos


No importa la edad, tamaño, contextura ni medidas anatómicas. La belleza es intrascendente para los muchas veces odiados "señores de la construcción". Cualquier trabajillo de la ciudad necesita de ellos, y también, cualquier señorita de la ciudad será chequeda por ellos.

La fila del banco era interminable, y a pesar de ser otoño, el sol estaba pegando fuerte. La gente camina apresurada, hace calor. Y es por eso, la tónica de hoy ha sido sacarse un poquito la ropa, mostrar brazos y piernas para capear la mañana. Hay de todo: gordotas, gorditas, flacas, raquíticas y más. Lucen gafas vistosas y carteras con innovadores diseños. La verdad, da lo mismo. Parece que solo yo me doy cuenta de ese detalle. Digo así, porque post terremoto las calles se tienen que arreglar, así que los "trabajadores de la contru" están a la orden del día.

Todas las que salen de esas gigantonas filas son piropeadas. Desde las rellenitas a las desnutridas, fíjese. Caminan con aire de indiferencia, pero por dentro arden en enojo, o bien, mueren de risa. No existe mujer que se pueda dar el lujo de negar haber sido víctima de uno que otro piropo. En primer lugar, se debe reconocer que algunos piropos son medios subidos de tono, más osados y atrevidos. Sin embargo, también hay otros que rosan en la inocencia; si hasta dan ganas de ir y apretar las mejillas de aquel sudado hombrecito. Las féminas mayorcitas gozan con esto; algunas están separadas o viudas, entonces, el piropo se convierte en una especie de subida de ánimo... porque igual se recibe bien que la halaguen a una. Las más jovencitas nos aburrimos de esta situación. Es desagradable que una tropa de caballeros comente y murmulle cuando te volteas. Obvio, resulta al borde de la asquerosidad misma. Pero, bueno, como dicen por ahí "¿qué se le va a hacer?", sea como sea, esto siempre va a existir. Mejor, optar tomarlo con humor, aunque, claro, hacerse la desentendida hasta el final. Eso sí, esto no quiere decir que alguna vez llegue odiosa a casa, porque un viejo verde me miraba con cara de sicópata.