jueves, 29 de septiembre de 2011

No me pondría en tus zapatos

   Casi todo el año están ocultos. Viven encerrados, un poco asfixiados y hasta cansados. Por eso reclaman ayuda a su manera: A veces se mojan por completo y otras, expelen un olor parecido al queso rancio. Tienen cinco dedos y una forma tan particular que es imposible confundirlos. Sus poderes son realmente sorprendentes, aunque, por lejos, la mejor arma son los infaltables hongos. Sí, porque son los pies, esos que tienen durezas y causan más de algún malestar al caminar.

   Un delantal perfectamente planchado e inmaculado, unas tenazas de acero, un gorro para guardar el cabello y una mascarilla para evitar el contacto me producen náuseas. No me agrada la biología, menos la idea de esconderse tras un uniforme para manosear algún cuerpo ajeno. Sin embargo hay algo peor: La podología. Imaginar que se debe estudiar desde células hasta el tratamiento de la piel por casi tres años para terminar con un par de pies entre las manos me parece increíble. Incluso tiempo perdido. Aunque más que eso, como una tortura voluntaria.

   Mis hermanos son incontrolables. Viven dejando sus zapatos repartidos por la casa. Es insoslayable tropezar con una de sus zapatillas y, en un intento por imponer el orden doméstico, tomar los pares y llevarlos a sus piezas. Claro que tampoco se puede evitar el olor. Ese maldito olor que me hace detestarlos de un minuto a otro. Nunca hubiera optado por la podología. No podría aguantar tener que manipular la fetidez de un desconocido, porque hasta la de mis hermanos se me hace insoportable.

   Y es que a pesar de ser una profesión reconocida, cada vez más solicitada y que busca el tratamiento clínico del pie, no la considero tan necesaria. Prefiero las típicas hierbas medicinales que no aseguran un resultado milagroso, pero están disponibles y al alcance de cualquiera. 

   Estoy convencida que el área de la salud se empeña por inventar enfermedades, todo para ir a la consulta cuantas veces ellos lo decidan. No necesito de un podólogo… No, nunca he tenido hongos. A los cinco años aprendí a secar bien mis pies. Y ahora con dos décadas encima soy toda una experta.