jueves, 10 de marzo de 2016

Vivir de perdedora III: 'creéte el cuento'

 
   Cuando fuimos unos preescolares, por allá en kinder, además de mímicas, canciones y jueguitos, la lectura de las tías era clásico. Pedrito y el lobo y las infinitas enseñanzas a través de historias con repetidos protagonistas. Los animales -o animalitos como dirían una de esas tías- siempre estaban presente; dulces fábulas que acompañaban esas mañanas o tardes que luego, en casa,  repetíamos a detalle. Y antes, mucho antes, más de una vez pedimos a algún adulto descifrar ese compilado de letras ininteligibles para un niño cualquiera.


   Las historias, historietas, fábulas, cuentos y relatos desde tiempos mitológicos... Ya, pero me desordené. Yo quería escribir de los cuentos, pero no de los relatos sino de expresión. 'Es súper cuentero', aseguran algunos para describir al típico personaje que, dicen, no se le escapa ni una. Ese personaje canchero, bueno para la talla, sociable, entrador, conversador que soporto sólo en mi trabajado cometido por ser tolerante. El problema es que a mí siempre me han dicho todo lo contrario: tienes que creerte el cuento.


   Un cuento es una invención con inicio, desarrollo y fin... pero yo sólo tengo inicio o, al menos, eso me parece. Para creerme el cuento tendría que validar logros, sin embargo ahora que pienso no se me viene nada a la cabeza. Para creerme el cuento, tendría que tener historia y yo lo que menos tengo son historias para contar. Para creerme el cuento tendría que falsearme y a mí me encanta la honestidad.  ¿Cómo es, entonces, eso de creerme el cuento? Temo que, quizás, es sólo una manera sutil de restregarme lo insegura que puedo parecer... O, en casos, de decir: deja de hablar tonteras. No-lo-sé.

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