viernes, 18 de marzo de 2016

Vivir de perdedora V: igual que a los 17


   Me preguntaba hace unos años: ¿cómo seré a los 25 años? ¿viviré con mi familia, habré terminado la Universidad; trabajaré, seré feliz..?

   Es como si  los años hubieran pasado camuflados frente a mí, porque no me dí ni cuenta. Pasaron tan veloces que hoy estoy aquí, con 25 años sobre los hombros y las mismas preguntas que a los 17. Lo peor/mejor es que mi cabeza se detuvo. Avanza, claro, evoluciona y madura, en parte, pero esos miedos que atemorizaban mi adolescencia continúan ahí, estacionados, anclados, pegados y aferrados. El tiempo sigue su curso y ellos  no se van, como esos incómodos invitados que, en realidad, nadie invitó. 

   En momentos como este, me gustaría ser un precipitada multimillonaria. Me gustaría echar dinero en mis bolsillos y arrancar sin pensar en que debo pagar el arriendo, la luz, el agua, el internet, la mercadería y ese largo etcétera de sandeces de 25 años. Doblar de música mi mp3, cargarlo hasta que pareciera explotar  y lanzarme a recorrer Chile; pienso en todo aquello que no conozco y desearía ver que sólo la angustia es el trago menos amargo.  A los 17 creía que estaría feliz de haber hecho mi pasión una profesión... que estaría en el lugar que siempre quise estar... y  pensar eso es muy frustrante.

   ¿Y a los 33, que será de mí..? pienso ahora, enredada entre esos laberintos que me dejan sin puerta de salida. De seguro estaré más gorda, quizás con algunas canas y las primeras arrugas asomándose por la cara. De seguro tendré las mismas preguntas que a los 17, porque si algo entendí es que por más adornos e historias para contar, sigo siendo yo... yo, la inestable María Paz de siempre.


PD: Agradable resulta escribir antes de abrir la boca para llenar de estupideces a un interlocutor cualquiera. Y lo que más me agrada es que nunca reviso lo que voy dejando, sólo muevo los dedos con el teclado en llamas por cuánta grosería. 

   

jueves, 10 de marzo de 2016

Vivir de perdedora IV: la vida es injusta


   ¿Ya dije que soy fea, cierto? ¿Y fome? ¿Y aburrida? ¿Y latera? ¿también lo había dicho? ¿Cierto? Ah, bueno, parece que poco ocurrente además. Es que... ¿de qué sirve la honestidad, la empatía y los buenos sentimientos si, finalmente, el mundo es tan superflúo que nadie ve eso? ¿para qué desgastarse o esforzarse si, finalmente el mundo es tan obvio? ¿para qué..? 

   No debería sorprenderme, perola verdad es que me entristece. En horas como estas, me siento como si fuera una pluma... sin dirección, sin peso, sin importarle a nadie que flote por ahí. Y eso, aunque lo niegue, me entristece más aún. No deberían importarme los otros si ya sé que el mundo es obvio. Ya sé que personas como yo están destinadas a vivir cuestionándose cada estado, a sentirse blanco de injusticias, a caminar con la cabeza agacha para evitar llamar la atención al pasar, a vivir de perdedora... Soy una loser y estoy consciente de eso. Lo-ser.

Vivir de perdedora III: 'creéte el cuento'

 
   Cuando fuimos unos preescolares, por allá en kinder, además de mímicas, canciones y jueguitos, la lectura de las tías era clásico. Pedrito y el lobo y las infinitas enseñanzas a través de historias con repetidos protagonistas. Los animales -o animalitos como dirían una de esas tías- siempre estaban presente; dulces fábulas que acompañaban esas mañanas o tardes que luego, en casa,  repetíamos a detalle. Y antes, mucho antes, más de una vez pedimos a algún adulto descifrar ese compilado de letras ininteligibles para un niño cualquiera.


   Las historias, historietas, fábulas, cuentos y relatos desde tiempos mitológicos... Ya, pero me desordené. Yo quería escribir de los cuentos, pero no de los relatos sino de expresión. 'Es súper cuentero', aseguran algunos para describir al típico personaje que, dicen, no se le escapa ni una. Ese personaje canchero, bueno para la talla, sociable, entrador, conversador que soporto sólo en mi trabajado cometido por ser tolerante. El problema es que a mí siempre me han dicho todo lo contrario: tienes que creerte el cuento.


   Un cuento es una invención con inicio, desarrollo y fin... pero yo sólo tengo inicio o, al menos, eso me parece. Para creerme el cuento tendría que validar logros, sin embargo ahora que pienso no se me viene nada a la cabeza. Para creerme el cuento, tendría que tener historia y yo lo que menos tengo son historias para contar. Para creerme el cuento tendría que falsearme y a mí me encanta la honestidad.  ¿Cómo es, entonces, eso de creerme el cuento? Temo que, quizás, es sólo una manera sutil de restregarme lo insegura que puedo parecer... O, en casos, de decir: deja de hablar tonteras. No-lo-sé.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Vivir de perdedora II: fotografías en las redes sociales

   De quinceañera, sólo recuerdo un par de imágenes y, de esas imágenes, sólo recuerdo algún mechón estudiado para que cubriera el rostro, sobre todo algún granito espontáneo o esos globos regordetes que tengo por mejillas.  Podía sacar mil quinientas, pero, con suerte, seleccionaba un par. Sí, podía pasarme la tarde entera creyéndome fotógrafa, pero el resultado nunca era satisfactorio. No me gustaba nada de mí.

   Pasaron años en que no me atreví a mostrar alguna fotografía en las redes sociales del momento. O, bueno, teécnicamente lo hice, pero bajo siete llaves de privacidad... sólo para que yo pudiera verlas. Creo que me aterraba esa exposición, la sensación de que los demás pudieran clavar su atención en mi apariencia. Dar click en la opción de disponer alguna imagen al juicio público, era toda una lucha interna. Por eso es que siempre admiraba en silencio a las niñas seguras, aquellas que no se preocupaban de mostrar su cara y su cuerpo a los otros. Siempre quise poder algún día sentirme bien conmigo misma, pero ese maldito fantasma de inferioridad no dejaba de rondar.

   Ahora, con 25 años, recién dejo de tener ese miedo. Hace no más de un año me desafié haciendo públicas algunas poses improvisadas.  Digo así, porque, increíblemente, ni siquiera invierto tanto tiempo en sacarme unas fotos, luego seleccionar alguna y bienvenido escrutinio público. Las inseguridades persisten, pero creo que, en parte, la resignación es la fiel compañera. 'Es lo que hay', dice esa frase popular que, aunque conformista, no deja de tener razón.

   Pareciera una historia con final feliz, pero no pues, todavía hay muchos temores. A veces hojeo algunas plataformas virtuales y veo demasiada belleza femenina. Me sorprende, me asusta, me empequeñece.  Jamás me ha generado una especie de envidia-como podría pensarse- porque para sentir eso tendría que anhelar esa armonía. Y, a decir verdad, sólo me siento un diminuto flotante en este gran mundo. ¿Cómo esperar que alguien ponga la atención en ese punto? ¿cómo creer que alguien sea capaz de mirar puntos?

Yo lo entiendo... nadie se detiene en eso. Yo lo entiendo bien, en serio, porque nadie puede atreverse y atraerse de sólo un punto del infinito.