No es su culpa. Ni de su mamá, ni de mi mamá. Tampoco es culpa del señor que vende diarios, no. No es su culpa. Agonizó hasta marchar de aquí. Resistió cables, insulinas, medicinas y morbo. Resistió portadas de revistas, críticas y halagos.
La violencia como tema recurrente. Unos que parecen catedráticos, otros que la quieren llevar al Parlamento y también de esos que se autoproclaman: Era una nebulosa fastidiosa. Los 'representantes' de siempre, con sus típicos gestos y palabras más que memorizadas, no se querían callar. Y es que todos querían hablar, tuvieran o no algo que aportar. Se idearon leyes, se proponían cambios, se pasaban de canal en canal. Qué la vida, qué la moral, qué la tolerancia.
Daniel Zamudio era igual que todos. Un joven al que le gustaba salir de baile, pololear y recorrer las tiendas comerciales. Al que le gustaba beber más de la cuenta, tenía amigos y casi llevaba un espejo en el bolsillo. Nada de otro mundo. Nada más que homosexual.
Naciones pluralistas, sistemas pluralistas y gente singularista. Se quiere 'tomar prestado' modelos foráneos, aun cuando que ni con lo que tenemos podemos. Y es que la mentalidad moderna es como una enfermo postrado y porfiado. No se tranza, se empeora y no se quiere medicar. El respeto a la diversidad se esconde, aunque por estos tiempos se grita: Todos son tolerantes, todos son anti-discriminación. Aunque cuando aparece un flaite, todos tenemos miedo. Porque está lleno de prejuicios. Una piscina de mini discriminaciones donde un día se ocupa una, y si al otro día no funciona para la situación, al agua.
Zam-Mudio, así quedó. Mudo en su muerte, pero santo para los eternos aprovechadores. Me refiero a los representantes, esos que nunca faltan. Y es que ahora se quiere una ley anti-discriminación, ahora que un muchacho sin culpas falleció. Reconocer una regulación es tan triste. Si bien la moral es una idealidad dentro de la realidad, hay situaciones que ni siquiera merecen de ella. Una regulación que evita la discriminación es reconocer que, aunque tenemos leyes en papel, son frágiles e inexpertas. Es reconocer que no podemos avanzar, a menos que una dictadura de restricciones.
No me extrañaría un periodo de beatificación. Sólo por si uno de los líderes eclesiástico acepta a un gay que no sea de la congregación. Él no es un mártir, él es una víctima de nosotros. De todos.
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