La verdad, no sé si es una obsesión o un maldito placer, pero debo admitir que me encanta recordar, aún cuando el resultado no siempre favorezca. Esto quiere decir, que por más que los recuerdos sean horrorosos disfruto recordarlos, revivirlos, rememorarlos.
Y no es que sea masoquista, sino que me agrada utilizar la memoria para cuestionar porqué dije o no dije algo, porqué actué de esa manera, porqué me limité a sonreír, porqué me enojé, porqué interpreté eso; el porqué de los porquéses. De cómicos a vergonzosos, de unos dramáticos a otros más malvados. No puedo quejarme, finalmente, todos mis episodios tienen un tinte divertido a pesar que en el momento que sucedieron no me parecía que todos que así fueron.
Niñez empapada en ingenuidad que un día me caracterizó, espectante adolescencia; camino a la madurez. A ver, porque si de algo estoy segura, es que los errores que cometí, no los cuento más de una vez. Acepto que soy torpe, pero nunca tan tonta como para tropezar con la misma piedra, sería una actitud ilógica, aunque si hablamos de lógica, no creo que precisamente estaría escribiendo esto.
No quiero vivir de lo que sucedió, quiero vivir de lo que sucede. Entonces, debo pensar que esa obsesión-placer debería desaparecer, para vivir sin ataduras. No se puede vivir de recuerdos, pero... ¿yo podría así...como se dice, quizás... si que es que pudiera, tal vez... un poco, algo... si se dá, en ocasiones... así como... por ejemplo...revisar mi cajita de los recuerdos? Juro que sólo será una vez... a la semana, claro.
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