Figure lo siguiente: una joven quinceañera de caderas bien contorneadas transita por el centro de Concepción. No es tan alta ni tan baja, pero eso casi no importa. Por otro lado, una cuarentona de estilo ejecutivo medio intelectual sale de un café emblemático aledaño a la plaza. Y siempre es lo mismo, mujer que camina, hombre que mira. Parece que todo está bien, nadie mira extraño al atrevido que desnudó con la mirada a ese par de féminas. Pero cuando la situación se invierte, cambia la percepción. Si una mujer intimida a un hombre cualquiera, por lo mínimo se le considerará como una loca osada. Aunque seamos realistas, si es cosa de mirar nomás, las chilenas están más desatadas que nunca.
Calzas ajustadas, faldas que apenas tapan la ropa interior, poleras con escotes bien provocativos y tacos de unos cinco centímetros de alto son la tónica en las calles… A pesar que estamos en invierno. No interesan las medidas anatómicas, la idea es lucir y “mostrar harta pierna”, comenta con picardía Claudia Muñoz Salas, una vendedora ambulante de 45 años que acostumbra a rondar por el centro. Dice que aunque tiene unos kilitos de más, no se siente para nada acomplejada ya que “si una tiene un guaterito con uñas por tantos años, tiene que cuidarlo. Aunque si no me dan la pasá, hay que mirar para el lado no más”
Así como Claudia hay un 58% de chilenas decididas a “mirar para el lado”, según el Centro de Estudios de la Universidad de Talca. La investigación del 2008 determinó, sobre un universo de 400 personas, que el 65% de ellas tuvo un amante sólo por una noche, mientras que el 10% reconoció tener un romance paralelo a su relación estable. Los hombres deberán estar atentos a los síntomas, ya que la infidelidad femenina se produce al acabarse el enamoramiento. Es la expresión de una crisis de pareja que arrastra una fantasía sexual no satisfecha y además, que busca experimentar nuevas sensaciones.
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