La misma vieja sensación, aquí, atorada en la garganta. Conteniendo lágrimas que brotarían desde el rubí enojo, lágrimas que danzarían sobre mis mejillas hasta llegar a ese vacío, lugar donde se confundirían entre sentimientos equívocos. De forma distinta, aunque la profundidad es esa que casi extrañaba al recordar las tardes donde las dudas se hacían como un torbellino en mi cabeza. No se necesita fingir; mover rápido las pestañas de un lado a otro, adoptando una posición que provocaría a otra y otra, tal cadena infinita.
Había olvidado lo que se sentía, esa piedra entre las manos que dañaba los dedos sudados de impotencia. Había olvidado lo catastrófico de una frase que se imponía en los sueños... Que detenía la consciencia, enfriaba el latido y sostenía la llamada inseguridad.
De luz y sombras, pensamientos desordenados que conducían al sitio de la calma. Momento que hacía imaginar una vida de colores, lo que estaba lejano y encerrado bajo miles de llaves.
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