Una tetera grita furiosa mientras vapor sale de su boca. Sólo se debe girar la palanquilla del quemador en que se posa para que desaparezca ese ruido tan maldito. Es fácil. El método no tiene nada fuera de lo común, aún cuando tardé años en apropiarme de esa responsabilidad culinaria.Antes no podía tomar ese elemento de metal y servir taza por taza agua a temperaturas insospechadas, ahora, ya me puedo dar ese lujito aunque más tenga cara de trabajo.
La cuestión es bien simple: las cosas ya cambiaron. Nimio ejemplo de la cotidaneidad ilustra mi situación. Porque si puedo tomar entre mis manos una tetera caliente, aunque con especial cuidado bajo amenazas maternas, podré tomar decisiones más grandiosas. Y no es que deba decidir si enviar misiles a un país pseudovecino. Nunca tanto. Sin embargo, me metí en cosas de grandes. Debo manejar desde la cocina hasta mi vida, que bien bonita se me ha hecho. No me quejo, tampoco hablaré de más.